Villanos de baja intensidad

La realidad, con sus infinitas tonalidades de gris, nos demuestra que más allá de los archi-villanos de comic, con temibles superpoderes y un insaciable ansia de conquista y destrucción del mundo, hay otro tipo de malévolos villanos de las pequeñas cosas, de baja intensidad.

Siento un temor reverente por los Kim Jong-uns o por los Bárcenas del mundo, pero me quedan lejos, rivales para super-héroes desvaídos como Obama, el Dalai Lama, o por qué no, los resortes oxidados de la justicia.

Pero nos olvidamos del daño callado, pero persistente, que nos infligen los mini-villanos cotidianos.

Esa secretaria que apunta siempre mal las citas y los nombres, el compañero de trabajo que está todo el día quejándose, el familiar rabioso que pone verde a todo quisqui, el interprete simultáneo que traduce lo que le viene en gana, el funcionario de ventanilla que te pide que vuelvas mañana por un certificado innecesario, los jetas sinvergüenzas que esperan que otros les resuelvan todas las papeletas, los pesimistas incorregibles, los tontolabas que se niegan a aprender nada nuevo, los empresaurios cortoplacistas y explotadores, los cotillas que siempre tienen algo que contar «pero no lo sabes por mí, eh?», el que se burla de negros y homosexuales, pero «no es racista ni homófobo, claro», el intransigente egoísta, el prepotente cargante, el desagradable esférico…

Una hueste interminable de villanitos que nos comen poco a poco las ganas y reparten el mal por donde andan. Contra esta amenaza sutil, no podemos contar con Iron-man y el Capitán América para que nos saque las castañas del fuego, pero quizá, cada uno de nosotros podamos ser un «Superlopez» del día a día, vivir, seguir, luchar con todas nuestras fuerzas, optimismo y moral individual para que el mundo sea más fácil, justo, divertido, alegre y agradable.

¿Es mucho pedir?

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